martes, 27 de noviembre de 2012

19 Memorial Internacional de la SIDA.


Será porque mi lista de amigos muertos a causa del VIH/SIDA, la cual leí en el Memorial es
interminable e imparable. O porque, por suerte para mí, mis padres tienen el corazón y la
cabeza más sana que he conocido y cada día aprendo de ellos algo valioso. O tal vez porque, a estas
alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a
colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí
cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al
menos la sensación de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo
tibio y palpitante, a l@s malhumorados, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres
esclavos que padecen en las minas de diamantes y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del
malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca
se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de
las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina
y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en
lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada.
Tan sólo la ternura de mis gatos y la gloriosa compañía de mis amig@s. Mis pastillas, poder pagarlas
facturas y no tener deudas, unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme
a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un
pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor libro del mundo y la más hermosa de
las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo
el precio que haya que pagar.
Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un
instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve
la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada
vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería.
No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me
toque esfumarme, un puñadito de personas piense que valió la pena que yo anduviera un rato por
aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.

2 comentarios:

Anna Tomasi dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anna Tomasi dijo...



NO lo quise firmar; pero ahora si.